El papa Francisco fallece a los 88 años tras una vida dedicada a los pobres y a reformar la iglesia

El papa Francisco ha fallecido este lunes a las 7.35 de la mañana en el Vaticano a los 88 años, según ha comunicado el cardenal camarlengo Kevin Farrell. La Santa Sede lo anunció oficialmente a las 9.52. Con él se va una figura clave en la historia contemporánea de la Iglesia, que rompió moldes con su mensaje social, su cercanía con los marginados y su valiente intento de reformar las estructuras vaticanas.

El papa Francisco ha muerto este lunes a las 7.35 horas en su residencia del Vaticano, a los 88 años, tras una larga convalecencia que culminó en su despedida pública durante la bendición Urbi et Orbi del pasado domingo. El cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo de la Santa Sede, hizo el anuncio oficial a las 9.52: “Con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7.35 de esta mañana, el obispo de Roma regresó a la casa del Padre”.

Las campanas de todas las iglesias romanas comenzaron a sonar en señal de luto. Desde tempranas horas, los fieles han comenzado a concentrarse en la plaza de San Pedro, donde se colocará próximamente su féretro para el último adiós.

Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires en 1936, se convirtió en el primer papa americano, el primer jesuita en ocupar el trono de Pedro y el primero en llamarse Francisco, en honor al santo de Asís. Su elección, en marzo de 2013, marcó un giro inesperado tras la histórica renuncia de Benedicto XVI. Con un estilo austero, directo y popular, desafió tanto a los lujos vaticanos como a las inercias doctrinales.

Durante sus 12 años de pontificado, Francisco fue un vendaval reformador. En lo interno, intentó limpiar la Curia, transparentar las finanzas vaticanas y dar mayor protagonismo a los laicos y a las mujeres. En lo social, su voz resonó en el mundo como un faro de denuncia contra la desigualdad, el cambio climático, la corrupción política y el abandono de los migrantes.

Sus encíclicas Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020) se convirtieron en textos clave del pensamiento social de la Iglesia del siglo XXI. En Nos amó (2024), su última carta apostólica, dejó una meditación profunda sobre el amor como núcleo de toda vida cristiana, más allá de ideologías y estructuras.

No obstante, su papado no estuvo exento de tensiones. Sectores conservadores lo acusaron de abrir excesivamente la Iglesia a los “vientos del mundo” y lo enfrentaron en temas como el acceso a los sacramentos por parte de divorciados vueltos a casar, la bendición a parejas homosexuales o el rol de la mujer. También entre los más progresistas se generaron desilusiones, por el freno a reformas más radicales, como la ordenación femenina o una mayor colegialidad episcopal.

Pese a ello, Francisco supo construir una Iglesia más dialogante y cercana al sufrimiento humano, y fue el primer pontífice en evitar las grandes potencias en sus visitas, priorizando los márgenes: Lampedusa, Sudán del Sur, Myanmar o la Amazonía. Su negativa a visitar España, salvo una tentativa frustrada a Canarias por la crisis migratoria, fue simbólica de ese enfoque.

Su última aparición pública, el pasado domingo, mostró a un Francisco visiblemente debilitado, pero sereno. Tras la bendición, dio una vuelta en el papamóvil, saludando con una leve sonrisa. Fue su adiós. Horas después, se reuniría en privado con el vicepresidente de EE. UU., J. D. Vance, en lo que fue su última audiencia oficial.

Ahora, la Iglesia entra en sede vacante. Se espera un cónclave especialmente complejo y globalizado, con 136 cardenales electores procedentes de 71 países, la mayor diversidad en la historia moderna. El 79% de ellos fue designado por Francisco, lo que augura una sucesión impredecible.

Francisco fue, ante todo, un pastor. Y como él mismo tituló su autobiografía publicada este enero, Esperanza, su legado no será tanto un dogma, sino una invitación permanente a mirar hacia los más olvidados del mundo con compasión y coraje.

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